Arturo Pérez-Reverte "Pájinas
kulturales"
Tengo
delante la fotografía de un periódico, en la que hay un
cadáver desnudo de tamaño natural, modelado en gelatina, con
nueces, melocotón en almíbar y fruta dentro. La cosa ha aparecido
en las páginas de cultura de varios diarios de tirada nacional; porque,
según el pie de foto, no se trata de un pastel, ojo, sino de una obra de
arte. Para rubricarlo, el artista, de nacionalidad mejicana, aparece junto a su
obra también desnudo y con un delantal de cocina, cubierto el rostro con
un pasamonta-ñas modelo subcomandante Marcos y un micrófono
autónomo como aquellos que puso en circulación Madonna. Sostiene
en la mano un cuchillo, y se dedica a trinchar el fiambre de pastel, sirviendo
raciones en platos de plástico a una multitud de imbéciles que se
agolpan alrededor, todos con su plato en la mano, sonrientes y con cara de
estar encantados de encontrarse allí, ansiosos por participar en el
suculento ritual antropofágico. Hay fotógrafos, faltaría
más, y jóvenes con pinta de intelectuales precoces de esos que
cuando piden la palabra hablan dos horas y te cuentan su vida, y damas de
aspecto teóricamente respetable con collares de perlas, y damiselas
tiernas, y marujonas con un pretendido toque snob, y la peña habitual en
este tipo de eventos. Y se empujan unos a otros junto a las axilas peludas del
artista, levantando los platos en alto, impacientes por no perderse el bocado
inolvidable, el momento histórico. En realidad, dicen sus expresiones
felices, uno frecuenta presentaciones de libros y exposiciones y conciertos y
cosas así para que un fulano en pelotas y con pasamontañas te
haga comprender que el arte es comestible. Para que te toque en suerte el
cojón de gelatina con frutas y comértelo extasiado en un plato de
plástico. Para vivir orgasmos culturales como éste.
No había ningún ministro cerca —por esas fechas se celebraba el
congreso del Pepe— pero no me cabe la menor duda de que, de haber tenido un
ratito, alguno se habría dejado caer por allí, apuntándose
al bombardeo de turno ante las cámaras de la tele y los
fotógrafos, con su plato en la mano y la boca manchada de nata, diciendo
está riquísimo y es cojonudo esto de desacralizar el arte, darle
un toque informal, comérselo, etc. Cuanto más analfabetos son los
políticos —en España esas dos palabras casi siempre son
sinónimos— más les gusta salir en las páginas de cultura
de los periódicos. Páginas en las que, por otra parte, cabe
cualquier cosa. Porque ahora, señoras y señores, todo es cultura.
Lejos ya de aquella arcaica división entre sociedad, cultura y
espectáculos de la prensa de antaño, la eficaz gestión
realizada durante décadas por iletrados de diseño da variopintos
frutos, y ese concepto fascista, apolilladísimo, de la cultura en
términos clásicos —las nueve musas, ya saben, y toda la
parafernalia— ha perdido su razón de ser. El que no trague es un
reaccionario y un cabrón; y buena parte de los jefes de sección y
los redactores jefes y los directores de los diarios y los informativos de la
radio y la tele, incluido El Semanal, lo van entendiendo como se debe. Ahora el
mejicano del pasamontañas y un desfile de moda con Naomi Campbell en la
pasarela Cibeles, y la última receta de bacalao al pilpil de
Arguiñano, y el vino de la ribera del Duero, y hasta el último
hijo de Rociíto son, ¿por qué no?, cultura oficial. Tan
respetable, o más, que los frescos de Piero della Francesca, un
concierto de Albéniz o la última novela de Miguel Delibes. Y el
otro día vi, en un diario de gran tirada, lo que me faltaba por ver: una
corrida de toros en las páginas de cultura. Con Jezulín. De
ahí a que pronto se incluya el fútbol —incuestionable cultura de
masas— sólo media el canto de un duro.
La palabra cultura sigue en boca de los de siempre. Y los de siempre,
pocamierdas iletrados que lo mismo valen para Industria que para Exteriores o
Educación y Cultura, o para secretarios generales de la OTAN, marcan el
tono. Y el tono lo registra, con admirable sintonía, toda la cuerda de
oportunistas, y retrasados mentales, y caraduras que viven del morro. Y el
entorno, y los medios, y la madre que los parió a todos, por no verse
descolgados de la moda, por no quedar fuera de lo políticamente correcto
en relación con la cultura o con lo que sea, aplauden y jalean el asunto
con la fe exaltada del converso. El resultado está a la vista: una
multitud de analfabetos de diseño, de sinvergüenzas y de
tontosdelculo aplaudiendo, como en aquel viejo cuento, el admirable traje nuevo
del rey desnudo.